martes, 10 de agosto de 2010

Un Soplo de Vida

Aquella primera vaharada que penetra y acoge el pecho del recién nacido, es la misma que -como un suspiro- abandona al individuo. Es ése el mismo hálito que separa vida y muerte.

La respiración cede. Y en ese aire que se escapa, también huye nuestra alma, nuestro espíritu, nuestra esencia.
En ese frágil equilibrio oscilamos, entregando en cada exhalación una parte de nosotros.


Para quienes lidiamos diariamente con la enfermedad, el trabajo no siempre resulta fácil. Uno tiene que enfrentarse con frecuencia a multitud de dilemas personales, éticos y morales. Surge la confrontación de pareceres, ideas y principios en el entorno del paciente. El personal sanitario debe aceptar y reconocer la muerte como proceso inherente a la vida; teniendo el deber de transmitirlo a quienes velan por el bienestar del enfermo. Muerte no es sinónimo de fracaso. Simplemente, el cuerpo se agota, se rinde y se entrega.

En la práctica clínica, la exigencia por parte de los familiares es -en ocasiones- desmesurada. La presión ejercida nos lleva a tomar decisiones y emprender acciones diagnóstico-terapéuticas inútiles y sin esperanza ("encarnizamiento terapéutico").
El profesional sanitario tiene que asegurar el alivio del dolor y mantener la calidad de vida de sus pacientes.

Nos empeñamos demasiado a menudo en evitar un desenlace ineludible.
Posiblemente, aún no hayamos llegado a comprender que formamos parte de un ciclo que tiene un principio y un fin; que es la cesión de ese aliento que nos sustenta y se renueva.

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