miércoles, 27 de julio de 2016

Be patient

Aquel día. Aquel desdichado día en que colgó el guardapolvo de médico para ponerse el batín de paciente... Todo se entiende mejor cuando se está "al otro lado de la cama".

Llámenlo degeneración profesional, pero después de 10 días de curas y pequeños desbridamientos ambulatorios, algo le decía que aquello no marchaba bien. A nadie le agrada tener ese tipo de lesiones en su pellejo.
Quizá fue la preocupación, el presentimiento o su pronóstico personal. Sea lo que fuere tenía el convencimiento de que a veces -y sólo a veces- la ignorancia juega un papel favorable en la evolución clínica.

El diagnóstico era claro: la herida estaba infectada. El Dr. Romero tuvo a bien citarla a primera hora de la mañana para hacer el desbridamiento quirúrgico. "Señorita, véngase a las ocho en ayunas".
Y allí, pacientemente, estuvo esperando. Era la zona de Quemados Pediátricos. Un lugar que, sin lugar a dudas, podría ser escenario de cualquier película de terror.
Entró por su propio pie a quirófano, donde le esperaba un anestesista y dos enfermeras. Ya tumbada sobre la camilla le colocaron una vía en la radial izquierda (dato relevante, luego entenderán por qué) y unas gafas con oxigenoterapia. "Avíseme cuando se sienta mareada"... Fue entonces cuando se sumió en un profundo sueño.

No tuvo un buen despertar. Sentía una creciente cefalea y una sensación nauseosa que le obligó a vomitar.
De la misma manera que el día previo, el doctor fue claro en sus palabras: "te voy a ingresar 48 horas porque me interesa que estés en reposo y que recibas los antibióticos por vía endovenosa". Al final, resultarían ser 72 las horas de internamiento.

Le asombró la Clínica por su escrupulosa limpieza, obstinado orden e intemporal modernidad. Las habitaciones eran individuales, amplias y luminosas. Tampoco tardó en darse cuenta de la amabilidad del personal.
A su entrada, se despojó de sus ropas y pasó a vestir aquella camisola entreabierta que dejaba al descubierto parte de su espalda. Rápidamente percibió cómo, entre sonrisas y cariñosas palabras. era privada de su libertad, y obligada a tirar de un porta-sueros de forma permanente. Durante su estancia, sus brazos fueron arponeados a diario. Los accesos venosos eran difíciles de canalizar, y con extrema prontitud sus venas colapsaban y se extravasaban los líquidos.
Pasó muchas horas de soledad. Leía, miraba la tv, navegaba en internet. La sensación de sentirse dependiente e incapacitada la martirizaba.
Por las noches apenas descansaba. Cada 2 horas irrumpía el personal sanitario en su pieza para la administración de fármacos y toma de constantes. Las 6 am era la hora del aseo y arreglo de la habitación.

Recibió visitas durante las tardes. Tan sólo unos minutos en aquellos interminables días. La comida no era mala, aunque su dieta blanda no daba opción a mucha variedad.
Y sumergida en una rutina y quehacer tedioso, se dio la oportunidad de pensar, reflexionar y meditar.
¡Cuán distinta se vive la atención en salud desde el otro lado de la cama!