jueves, 13 de noviembre de 2014

Hermes

¿Sabes? Recuerdo muy bien aquel día. Lo recuerdo tan nítida y vívidamente que casi se me antoja presente.
Aquello fue "amor a primera vista". Lo tuve claro cuando te vi. Eras el más grandecico y dorado de la camada. Te así entre mis brazos y nos fuimos para casa.

Apenas te mantenías erguido. El resbaladizo suelo de la cocina te hacía difícil llegar al tazón de leche. Entonces, buscabas cobijo entre los pies de mamá, que fregaba los platos.

Y de este modo fue como -fugazmente- dejé mi infancia para ejercer de madre. Quizá ya olvidaste aquellas noches que pasaba en vela tratando de dar consuelo a tus quejidos. Te abrazaba hasta que te quedabas dormido.

Entre juegos y reprimendas crecimos y aprendimos juntos. Tere superó su alergia y miedo a los canes, y Jose se molestaba cada vez que le hurtabas alguno de sus Playmobils. Papá disfrutaba refregando chorizo en tu hocico, haciéndote a escondidas pequeños bocatas de jamón y queso; y mamá se disputaba contigo el mejor espacio junto a la estufa. A pesar de sus protestas, la querías mucho; no te separabas de ella.

Las noches de tormenta y los días de festividad con fuegos artificiales no había manera de encontrarte en la casa. Creo que era lo único que te daba espanto en esta vida. Bueno, no, también la veterinaria.
Te gustaba ir a la playa y corretear por el campo. Jugar con la pelota, buscar, olfatear, encontrar... Traernos con orgullo cualquier "tesoro escondido".

Siempre admiré tu independencia y espíritu libre. Sabías hallar tu propio espacio, sin olvidar nunca a dónde pertenecías.
La inteligencia es un don que ni siquiera todas las personas poseen... Tú aprendías rápido, por ti solo. Sabías demasiado, ¡pequeño briboncillo!. Mamá siempre decía que sólo te faltaba hablar.

Al igual que a nosotros, te entristecía el retorno de las Navidades y el regreso de cualquier viaje. Ansiabas la hora de tus paseos y esperabas con paciencia -asomado al balcón- la llegada de papá. Te fascinaba corretear a los gatos y buscar caricias a la hora de la siesta.

Salir de casa para estudiar y trabajar fuera no fue fácil para nadie. Quizá yo te extrañaba en exceso, y esperaba con ilusión los fines de semana de reencuentro.

Crecimos. Y pese al paso (y peso) de los años, seguías presumiendo de ese ánimo vivaracho y jovial.
Gozaste de salud, serenidad y una alegría desmesurada. 

Hoy lamento el transcurso del tiempo y su fugacidad.
Aquí lleva días lloviendo. Gran parte tristeza, y otro tanto desconsuelo.

Sólo quienes nos conocieron saben lo que significabas -significas- para mí. Ahora, más que nunca, me pesa esta distancia y el no haber tenido la oportunidad de acompañarte, de despedirme de ti.
Agradecida quedo por estos años -maravillosos e inolvidables años- que nos has brindado con tu fiel compañía. Porque has sido parte indispensable de la familia. Gracias por acompañar nuestros pasos; por toda una vida de risas y juegos a tu lado. 

Te quiero mucho, Hermes. Hasta pronto mi estrella; hasta siempre mi sol*