jueves, 16 de mayo de 2013

La chica del primero

Ya nada le perturbaba. Ni tan siquiera aquella maldita grieta en el parabrisas de su coche. Tampoco la desconvocatoria de una cena que prometía ser un encuentro inolvidable. Y qué decir de las despedidas, el adiós a tantos años de trabajo. Nada.
El tiempo le había otorgado serenidad y sensatez; un ir y venir de circunstancias que habría superado sin mediación ni dilemas. Cada día lo enfrentaba como una nueva puesta a prueba.
Durante toda su vida trató con multitud de personas, diversas y peculiares. Contrarias en creencias, estilos y personalidades. Aprendió de la contrariedad, y superó con entereza y osadía las dificultades del camino. Ya nada le alteraba. Nada.
Nada salvo aquellos ojos vidriosos y su voz queda y rota al otro lado de la línea. La decepción y la incertidumbre habitaban ahora una misma mente y un mismo espacio. Rehusaba ver su pilar y sustento quebrado por el golpe de la ambición. La codicia había roto un saco que desde tiempo atrás andaba raído.
Sólo le turbaba la distancia que les mantenía alejados en días como aquellos, donde un abrazo o un café podrían hacer más llevadera esa crónica y desgastada situación. Únicamente eso. 

Aquella noche había descubierto la fugacidad de la vida; el hombre como ser caduco y vulnerable. 
Y evocando sus últimas horas de trabajo matinales, percibía que ya pocas, muy pocas cosas le consternaban. Sentía la fortuna de ser parte de un núcleo férreo y consistente, firme en valores e instruído en integridad.
A través de su ventana divisaba los confines. Abajo, un parque donde los vecinos paseaban sus canes le sumergía en el agrado de imaginar y presentir un futuro de justicia y honradez.