sábado, 31 de diciembre de 2016

2017

¿Un deseo?
No, un propósito.

Comenzar el 2017 con toda la alegría y compromiso que hemos evadido en este año que se despide.
Ser feliz, hacer feliz. Poner todo el empeño en ello, desde el primer minuto del Nuevo Año; justo cuando terminamos de deglutir la última uva.

Derrochar franqueza y entusiasmo. Compartir los miedos, los sueños, los proyectos. Buscar ayuda y apoyo cuando se precise; tender la mano cuando nos requieran.
Escuchar, conversar, sincerarse.

Saber disfrutar cada instante de esta vida; no hay más que una. Comprender que todo tiempo compartido es tiempo bien invertido.
Ceder en ocasiones, aunque nos cueste. Otras tantas veces seremos complacidos.

Dejar atrás todo aquello que quisimos olvidar del 2016, aprender de los errores y mirar hacia delante. Seguir construyendo un futuro. Crecer, madurar, perfeccionarse.

Recibir cada día con optimismo y admiración. Luchar por transformarse, por transformarnos.

Deseos que son propósitos. Intención, voluntad. Aspiración a hacer de este 2017 un año lleno de únicos e irrepetibles momentos, de humanas y generosas acciones.

¡¡Feliz y Próspero Año Nuevo!!




viernes, 26 de agosto de 2016

Recreo

Pareciera una niña en cualquiera de esos parques infantiles. Aquellos con columpios, toboganes y cuerdas donde los más pequeños se enganchan y recrean fingiendo ser el propio Tarzán. Esos micromundos pueriles, atestados de pequeñajos escandalosos y vocingleros; algunos llorones, que buscan a sus chismosas madres reunidas en "petit comité" para ponerse al día de las novedades vecinales.

Allí estaba ella. Quieta, cauta; observando desde la distancia aquel grupo de congéneres que correteaba de un lado para otro. Desde su perspectiva ya podía adivinarse quién sería el "lider del grupo", quién el bullanguero y quiénes los subyugados.
Miraba, entusiasta, con ganas de participar de sus juegos. Se aproximaba prudente, y regresaba retraída a su lugar si alguno de ellos se le acercaba en actitud dominante.

Si algún otro tímido se le arrimaba, lo saludaba como si en ello le fuera la vida; o una de sus mejores amistades. Eso eran, pasajeras amistades.
Luego tornaba de nuevo sola, a buscarme con la mirada para correr y pegarse a mí.
Con suerte, se entretenía momentáneamente con alguna piedra o pelota que se le cruzase por el camino. Esa era su auténtica pasión: correr, perseguir, dar caza.

Prefería la soledad del juego individual al bullicioso recreo grupal. Y yo la entendía. 
La observaba  y me reconocía en ella. Varias décadas atrás, cuando perteneces a la que llaman edad inocente o tierna infancia - o al menos eso te hacen creer - yo habría sido la niña tímida del parque. 
Siempre habría buscado el amparo de mis progenitores en situaciones de conflicto; y habría quedado a la sombra de una hermana menor espontánea y parlanchina.

De igual modo, tampoco ella tendría buenas dotes de liderazgo; y lo sabía.
Por ello quizá prefería mantenerse reservada y comedida, desconociendo muy probablemente la admiración y respeto que despertaba en buena parte del gentío.

Leal. Educada. Perspicaz.
Pareciera que nos parecemos hasta en el más ínfimo detalle; sobrepasando incluso cualquier salto generacional, más allá de cualquier distanciamiento interespecie.





miércoles, 27 de julio de 2016

Be patient

Aquel día. Aquel desdichado día en que colgó el guardapolvo de médico para ponerse el batín de paciente... Todo se entiende mejor cuando se está "al otro lado de la cama".

Llámenlo degeneración profesional, pero después de 10 días de curas y pequeños desbridamientos ambulatorios, algo le decía que aquello no marchaba bien. A nadie le agrada tener ese tipo de lesiones en su pellejo.
Quizá fue la preocupación, el presentimiento o su pronóstico personal. Sea lo que fuere tenía el convencimiento de que a veces -y sólo a veces- la ignorancia juega un papel favorable en la evolución clínica.

El diagnóstico era claro: la herida estaba infectada. El Dr. Romero tuvo a bien citarla a primera hora de la mañana para hacer el desbridamiento quirúrgico. "Señorita, véngase a las ocho en ayunas".
Y allí, pacientemente, estuvo esperando. Era la zona de Quemados Pediátricos. Un lugar que, sin lugar a dudas, podría ser escenario de cualquier película de terror.
Entró por su propio pie a quirófano, donde le esperaba un anestesista y dos enfermeras. Ya tumbada sobre la camilla le colocaron una vía en la radial izquierda (dato relevante, luego entenderán por qué) y unas gafas con oxigenoterapia. "Avíseme cuando se sienta mareada"... Fue entonces cuando se sumió en un profundo sueño.

No tuvo un buen despertar. Sentía una creciente cefalea y una sensación nauseosa que le obligó a vomitar.
De la misma manera que el día previo, el doctor fue claro en sus palabras: "te voy a ingresar 48 horas porque me interesa que estés en reposo y que recibas los antibióticos por vía endovenosa". Al final, resultarían ser 72 las horas de internamiento.

Le asombró la Clínica por su escrupulosa limpieza, obstinado orden e intemporal modernidad. Las habitaciones eran individuales, amplias y luminosas. Tampoco tardó en darse cuenta de la amabilidad del personal.
A su entrada, se despojó de sus ropas y pasó a vestir aquella camisola entreabierta que dejaba al descubierto parte de su espalda. Rápidamente percibió cómo, entre sonrisas y cariñosas palabras. era privada de su libertad, y obligada a tirar de un porta-sueros de forma permanente. Durante su estancia, sus brazos fueron arponeados a diario. Los accesos venosos eran difíciles de canalizar, y con extrema prontitud sus venas colapsaban y se extravasaban los líquidos.
Pasó muchas horas de soledad. Leía, miraba la tv, navegaba en internet. La sensación de sentirse dependiente e incapacitada la martirizaba.
Por las noches apenas descansaba. Cada 2 horas irrumpía el personal sanitario en su pieza para la administración de fármacos y toma de constantes. Las 6 am era la hora del aseo y arreglo de la habitación.

Recibió visitas durante las tardes. Tan sólo unos minutos en aquellos interminables días. La comida no era mala, aunque su dieta blanda no daba opción a mucha variedad.
Y sumergida en una rutina y quehacer tedioso, se dio la oportunidad de pensar, reflexionar y meditar.
¡Cuán distinta se vive la atención en salud desde el otro lado de la cama!