jueves, 30 de agosto de 2012

Delirios oníricos

Lejos de haber sido una mala guardia; la de ayer no fue mucho más que un esperado re-encuentro laboral.
Trabajar en compañía de amigos siempre hacen más llevaderas las largas horas de desvelo y valoraciones clínicas.

Al caer la noche,  la mayoría se retira a descansar un rato. En esos momentos en los que entras a la habitación, es cuando te percatas de que no hay nada más irritante que verse privado del reposo nocturno.
La asfixiante atmósfera que envuelve el dormitorio dificulta la conciliación del sueño, generándose un estado de "duermevela" en el que eres incapaz de liberarte de la fatiga y el estrés de la jornada. Cualquier ruido se convierte entonces en la génesis de delirios oníricos que te sumergen en una vivencia tan absurda como real. Se vivifican los anhelos más recónditos del subconsciente y te embarcas en un dinámico viaje hacia el mundo de la fantasía y la ficción. Sueños que interpretas y protagonizas bajo tu propio guión. 
Despiertas, y te descubres de nuevo en ese estrecho e incómodo colchón, con las sábanas hasta la barbilla porque a alguien se le ocurrió de madrugada "acondicionar" el habitáculo.

Son las 10 am. Como en cada saliente, aprovecho para comprar en una frutería cercana. Acostumbro a llevarme siempre el mismo género. Esta vez me sorprende que el tendero me recuerde. Reconoce -además- los mismos pantalones rojos que llevaba hace un par de semanas. Entablamos una breve conversación en la que infiere conclusiones a partir del color de mi ropa. Salgo de la tienda y reflexiono acerca las civilizaciones, las culturas y la forma de proyectarnos al mundo.

¿Cómo es la percepción desde fuera?.
Pasaré otro día a preguntar.



lunes, 27 de agosto de 2012

... Dejarse llevar...

Una gélida brisa entraba por la ventana. Eran días en los que -afortunadamente- el tiempo había concedido una tregua a la ciudad. El bochornoso calor del verano retrocedía a favor de unos vientos alisios que llegaban cargados de humedad y esencias.
El rocío matutino empañaba los cristales de su habitación, y a través de aquéllas cortinas de seda se colaba ese aroma del algarrobo que le recordaba a su niñez.
Sola, sobre su cama, doblaba meticulosamente la ropa que pretendía usar durante los próximos meses.

La maleta iba repleta. Debería prescindir de aquella cazadora que tanto le gustaba... "¡Ya tendré ocasión de comprarme una nueva!"- pensaba.

Los viajes siempre fueron su pasión: el pretexto perfecto para salir de su rutina, embarcarse en nuevos propósitos o simplemente impregnarse de costumbres y culturas ajenas a ella.

Echó un último vistazo y comprobó que no olvidaba nada. Tan solo dejaba atrás su pequeña y acogedora casa; aquel habitáculo que le proporcionaba su pedacito de intimidad y recogimiento.

Cargó el coche y emprendió rumbo a casa. Su ciudad natal la esperaba inalterable, poderosa y rejuvenecida. El regreso, tras años alejada de su cobijo, se le antojaba ahora todo un desafío. Un lugar cercano y desconocido a la vez.

Cavilaba acerca de su llegada. Y en la innegable desazón que le producía la vuelta,  le acompañaba la convicción de ver cumplidos sus anhelos. Era otro tiempo, pero la misma ciudad. Volvía, esta vez, para dejarse llevar.