La vida... ¡qué vueltas da la vida!
Es ante la tesitura de una -llámenlo- pérdida cuando uno retoma el rumbo de su propia existencia y comienza nuevamente a percibir que no todo distanciamiento ha de ser frustración ni debe suponer un fracaso. Y es que, esto de las relaciones sociales e interpersonales, no siempre es fácil.
En ellas entran en escena multitud de factores y circunstancias que cada cual arrastra a su manera, y le otorga la importancia en su vida que estima necesaria. Hablamos de problemas, traumas o "fantasmas" que impiden al cuerpo avanzar y seguir construyendo su propia historia. Cada quien que haga con su vida lo que le venga en gana, pero bien puede abstenerse de salpicar a los demás con su particular mierda.
Quizá sea la falta de seguridad, el miedo al compromiso, o simple y llanamente la ausencia de empatía. La incapacidad de considerar el momento presente como único e irrepetible.
Sólo a través de una pena, ruptura o desengaño el ser humano es capaz de tomar conciencia de la situacion, generar mecanismos de "defensa" y superación y hacer crítica desde la que sea -probablemente- la perspectiva más idónea para analizar y establecer juicios.
Gracias a esas "pérdidas" surge el autoconocimiento, la capacidad de reflexión y, por qué no, también la autoestima. La vida, una vez más, vuelve a poner cada cosa en su lugar.
Entonces te descubres a ti mism@, volviendo a sonreír por las calles de cualquier ciudad; porque hay centenares de rostros que te lanzan un guiño, cruces de miradas que... ¡ay, si hablaran!, conversaciones de acera con auténticos desconocidos.
Te sorprendes dialogando con gente entrañable y cercana que forma parte de tu entorno; y con otras tantas personas que, conocidas de forma más o menos casual, comparten contigo aficiones, gustos e inquietudes. Caes en cuenta que nadie es imprescindible, y todos somos únicos. Que vida no hay más que una, y allá quien quiera malgastarla en pesadumbres, malos ratos y recelos.
El pasado no existe, y el futuro lo estamos construyendo desde nuestro presente. Y es en este precioso instante en el que disfruto de una agradable charla mientras tomamos un té, o una tónica, o ambas cosas. Son esos paseos por el Albaycín, redescubriendo Granada; las salidas campestres con perretes (mejor si son rutas de agua); el tapeo nocturno, atiborrándonos de pescado y Alhambra (milnoff o especial). Es la indescriptible sensación de querer dar todo a una recién llegada, porque sabes que la amas más que a tu propia vida. Son esos abrazos que te hablan y se sienten desde lo más profundo ("aquí estoy").
Es, simplemente, darse cuenta de que para compartir sólo basta entendimiento - y ganas de hacerlo-. Y que el fin último de cada existencia se sustenta en el amor, en todas y cada una de sus facetas; experimentando a través de este la auténtica libertad.
Así pues, señores, no se preocupen por lo que les depara el futuro. Preocúpense en todo caso de gozar cada momento - pudiera ser el último-. Y si se diera la circunstancia de poder verse frente a frente con lo que han sido, que no puedan reprocharse en modo alguno haber pasado por una vida sin haberla vivido.
Hermanita, lo que escribes es oxígeno puro. La Vida está para saborearla y exprimirla... y para compartirla con quienes le dan sentido y te hacen feliz.
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