martes, 1 de septiembre de 2015

Así

"Quienes se niegan a creer en el amor a primera vista -sin duda- nunca lo han experimentado" - aseguraba ella.
Y así era. Nadie podría convencerla de lo contrario. No a ella, que aún fantaseaba con flechas y Cupidos aleteando por los jardines de cualquier ciudad. Ella, que había tenido la oportunidad de vivir en su propia persona esa mágica sensación que produce el encuentro con tu alma gemela.

Soñaba y rememoraba con asiduidad aquella noche de junio en la que se vieron por primera vez; su sonrisa nerviosa, su tímida mirada y la dulzura de cada uno de sus gestos. Desde aquella esquina de la mesa, bajo la tenue luz del antro y con una fría birra en su mano, lo observaba. Ahí comenzó todo.
Un todo y un nada que la dejaría sumergida durante meses en un caos de sentimientos y emociones encontradas. Y es que, a pesar del silencio, ya no podría dejar de pensar en él.

Aquella casual coincidencia marcaría su antes y después.
Un después que llegó, sí, quizá de un modo ya no tan fortuito, pero igualmente fascinante e incierto.
Ahí estaba de nuevo: su voz, su cabello, su risa.
Recuerda aquel concierto benéfico con inmensurable ternura. Una atmósfera plagada de conversaciones corrientes, con gestos y palabras que lo encerraban todo. Una nueva ocasión en la que los relojes se detenían, y en la que ella deseaba permanecer en su burbuja por tiempo indefinido. Como Cenicienta al final del baile, también ella acarreaba el yugo de su partida; miedos y preocupaciones ante el desconcierto y la incertidumbre.






"Dejarse llevar". Vetusta Morla lo tenía claro. Como indudable era para ella correr de vez en cuando esos riesgos; los que te erizan la piel y dejan el alma al descubierto.
De no haber sido así, nada de aquello hubiera sucedido.

Aún hoy confunde sueño con realidad. Cierra los ojos y se descubre con él, frente a frente, de la mano, o sentados en un banco de madera en el parque de su barrio. A solas, con amigos o rodeados de una multitud de gente tarareando versos y estrofas. En casa, en el Prado, en taxi o en avión. Degustando comidas elaboradas en la calle o compartiendo deliciosas meriendas familiares. Despierta o durmiendo se imaginaba con él, compartiendo, viviendo, proyectando. Así quería verse, con la misma admiración y deseo del primer día. Con la ilusión de respirar segundo a segundo esa esencia que la envolvía a cada instante que pasaba con él.

Así era. Así fue. Así es.

1 comentario: